EL MEJOR NEGOCIO POSIBLE
Sebastián Gray
Arquitecto
Hace cinco años nos preguntábamos en estas mismas páginas “El Mercurio”
(21/04/12) si acaso era posible esperar en Chile un desarrollo inmobiliario
responsable. La pregunta surgía entonces
de la negativa percepción que cundía en la ciudadanía por la rápida destrucción
de barrios completos, y por la aparición masiva de edificios de vivienda cuyas
terminaciones apenas satisfacen la dignidad. Esa percepción estará quizás
exacerbada hoy por casos tan descabellados como el mall que se levanta en
Castro o el mall que se inaugura en Providencia, ambos fruto de ambiciones
avasalladoras y una total indiferencia por el entorno, ambos sin consulta
previa a la ciudadanía, ambos amparados por leyes completamente inútiles.
Son las grandes
empresas inmobiliarias las que lideran la especulación del valor del suelo,
comprando y guardando; son ellas las que establecen los estándares de la
calidad constructiva imperante en el mercado, y son ellas, como hemos visto en
los casos mencionados, las que determinan incluso las consideraciones
medioambientales y paisajísticas donde emplazan sus proyectos. Lo que la ciudadanía
observa es un gremio que hace el mejor negocio posible dentro de los amplios
márgenes de la ley, pero sin aportar al bienestar de la ciudad, como si eso no
les competiera. Naturalmente no hay nada
de malo en hacer un buen negocio; ante las carencias descritas no cabe duda de
que es el marco legal el culpable de la ciudad que hoy se amasa. Son las normas
nacionales vigentes las que permiten la desaparición de paisajes valiosos, la
excesiva densificación de barrios residenciales, los pobres estándares
espaciales y constructivos de la vivienda, la escasa consideración del espacio
público. Los municipios no lo hacen mejor: los alcaldes brillan por su
ignorancia en temas urbanísticos y por la exclusión de la comunidad en la toma
de decisiones; muchos sucumben a la ambición de recolectar más impuestos
territoriales y patentes comerciales -un miope concepto de desarrollo- al
precio de destruir justo aquello que están encargados de preservar.
En este escenario, la Cámara
Chilena de la Construcción acaba de presentar un Código de Buenas Prácticas, instrumento largamente esperado por
necesario: una directriz de autorregulación para sus asociados, que podría
permitir también a la ciudadanía apelar al tribunal de ética del gremio en caso
de reclamos. Es un avance fundamental, pero no suficiente. Si el empresariado aspira, como tantos, a que Chile ascienda al nivel
de un país pujante y moderno, entonces deberá incluir en su código la
obligación de promover la innovación, de involucrar a la ciudadanía en
proyectos de connotación pública, de explorar las alternativas normativas que
permitirían, junto con hacer buen negocio, hacer ciudades de verdad agradables,
buenas y bellas, que es lo que tanto nos merecemos.
*El
urbanismo municipal ha fracasado rotundamente, porque los alcaldes han
demostrado que no son capaces de resistir los intereses de los socios de la
cámara chilena de la construcción. Los alcaldes han permitido que se diluya el
carácter residencial de los barrios, dejando que se expanda el comercio y se
construyan edificios de departamentos sin restricción real.
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